sábado, 9 de abril de 2016

¿Existen en la actualidad los últimos humanistas?

Hasta mediados del siglo pasado era incomprensible que un político prestante no supiera latín. Ahora, entre nuestros políticos el desconocimiento del latín, el griego, la historia, la filosofía, la historia o cualquier saber humanístico es total. Esto hace que ya no escuchemos discursos trascendentales a los líderes de los países, incapaces de redactar uno que merezca tal nombre. La mayoría optó en su juventud por carreras técnicas que ellos y su entorno intuían más beneficiosas desde el punto de vista crematístico y social. En sus speech, así llaman ahora a los breves discursos, nos bombardean con grandes cantidades de datos que ni ellos mismos son capaces de interpretar.

Sirva esta entrada para hacer ver que muchos de los males de nuestra sociedad, representada en la clase política, tienen que ver con el abandono de las Humanidades, desde antiguo relacionadas con los valores morales de nuestra civilización, una civilización occidental más preocupada en la actualidad por lo pecuniario que por lo ético.

En un significativo estudio de la revista Forbes, elaborado por Jeffrey Dorman, se demuestra que las humanidades están mucho mejor remuneradas de lo que la gente piensa en Estados Unidos. Es cierto, según este artículo, que las carreras de humanidades o letras ofrecen remuneraciones más bajas al principio de la peripecia laboral. Según el artículo, un graduado en humanidades puede cobrar 600.00 dólares a lo largo de su vida profesional y un físico, un millón de dólares. La diferencia es que, a lo largo de su carrera, el empleado con estudios humanísticos verá crecer su salario en una proporción mayor que un ingeniero, tecnólogo, científico o matemático.

En el imaginario popular, y muchas veces en la realidad, las humanidades tienen poca demanda y que están siendo acosadas por ignorantes que piensan que no son ni serán útiles.

El ‘matrimonio’ de Steve Jobs
Pero cada vez son más los que opinan que si los CEO de las empresas hubieran tenido formación humanística, muchas de las crisis empresariales podrían haberse evitado. Así lo cree la Harvard Business Review, cuando dice: “Si quieres pensamiento innovador, debes contratar a personas de humanidades”. De la misma opinión era Steve Jobs, referente empresarial que iba por la misma línea al expresar que “la tecnología, en matrimonio con las artes liberales y las humanidades, es lo que consigue los resultados que hacen que nuestros corazones canten”.

La realidad es que nuestro tiempo está condicionado por razones económicas: lo que tiene un dividendo inmediato es lo que importa, y ha de ser de manera expedita. Las nuevas tecnologías y los medios electrónicos que las asisten ayudan más a la velocidad y al relato fraccionado que a la lectura sosegada y la reflexión.

Las nuevas tecnologías nos ofrecen una información ingente e inmediata, indiscriminada; es la llamada sociedad del conocimiento, que, algunos piensan, puede sustituir a la clase del profesor.

Los pedagogos de turno han venido a creer, y con ellos los incautos, que con cursos de pedagogía se aprende a enseñar, que basta el buen manejo de los computadores que permitan que el alumno lo pase bien en la clase, que es el fin último. No reparan los instructores de los profesores que estos aprenden enseñando, que no basta solo con la especialización para una formación civil integral del individuo. Que para que el alumno sea un ser pensante, preocupado por los problemas de su país, necesita las disciplinas humanísticas, con su visión universal, y que estas son inevitables para poder organizarnos como sociedad y como nación con una buena visión universal.

La senda del pragmatismo

Es este un tiempo en el que la formación universitaria ha optado por transitar por la senda del mercantilismo y el pragmatismo utilitario del conocimiento. En esta travesía, la formación ética, antropológica, ciudadana o histórica se va reduciendo en el currículo universitario.

Cada vez más, las expectativas humanas de justicia, libertad, equidad, solidaridad, se van opacando ante el interés individual y el ansia del lucro, que se ve en las sociedades actuales como el verdadero ejemplo de éxito social y humano.

La desalmada y despiadada competitividad, de unos contra otros, parece haberse impuesto en nuestra sociedad con el apoyo de las instituciones estatales y académicas.

De vez en cuando los que nos dedicamos a la enseñanza de las humanidades nos encontramos a un rector o a un decano que rompen esa tónica, aun viniendo de estos ámbitos del saber alejados de las humanidades, pero que reconocen el valor de las ciencias sociales y las humanidades como reguladores del proyecto de nación en una tesitura como la colombiana, en la que se vive una crisis social y humana de gran magnitud, con una violencia social que tendrá que ser objeto de discusión y autorreflexión; si no abordamos esta lacra con una dimensión ética, no obtendremos los resultados anhelados por una sociedad expectante ante el futuro inmediato del país.

Posconflicto y humanidades
En un momento en el que muchos se suben al carro oportunista del posconflicto, viendo beneficios a corto plazo, las humanidades vuelven a ser obviadas por una pléyade de tecnócratas que no reparan en que el posconflicto no es un problema técnico, sino que es en esencia un asunto social y cultural que difícilmente terminará sin analizar cuáles fueron las causas sociales que hicieron de Colombia un caso de violencia particular en un contexto general de desigualdades general en la zona. Una explicación científica de nuestra coyuntura nacional tendrá resoluciones autoritarias por no admitir discusión, haciendo que se asuman como incontestables, poniendo al que las critique en el ostracismo.

En una democracia como la nuestra, acosada por agentes con una visión totalitaria y trasnochada de lo que ha de ser la sociedad colombiana, es educar a los estudiantes con una visión libre y humanística, que no se imponga lo que denuncia Martha Nussbaum cuando dice: “Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo.

Económicamente productivo Sedientos de dinero, los Estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando, sin advertirlo, ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia”: la tendencia educativa imperante de que hay que enseñar a los alumnos a ser económicamente productivos ha mermado la capacidad de los individuos para ser solidarios y compungirse con los desfavorecidos, esto está poniendo en peligro la salud de las democracias y augura un futuro en el que el respeto mutuo entre los países, religiones, etnias, etc., será complicado al elegir la masa inconscientemente la prosperidad antes que la democracia.

Todo lo anterior parece darse a pesar del reconocimiento generalizado de que las humanidades han cambiado el mundo y lo han encaminado hacia la democracia. Esa democracia, de la que tanto nos vanagloriamos, está dirigida por líderes que no han sido educados con base humanística, lo que explicaría, en parte, la situación actual de nuestro país.
Profesionales hiperespecializados, sin una formación humanística, son propensos a asimilar sin crítica los mensajes simplistas de los políticos.

Pero hay que entonar el mea culpa, las humanidades han sufrido una “labor de zapa” desde dentro. Desde los años 70 del siglo pasado, las facultades de humanidades vieron cómo sus claustros y aulas se convertían en el principal campo de batalla de ideologías muy en boga en esa época. Borges se refirió a este fenómeno como “las innumerables sectas que adoran las crédulas universidades”: es evidente que no se refería a la carrera de ingeniería industrial cuando así se explicaba.

El futuro de las humanidades pasa por la tecnología
Si uno se pregunta para qué sirve leer a Platón o Dante, seguramente la respuesta de nuestros dirigentes educativos será ‘para nada’. Los responsables de planificar la formación de las generaciones venideras parecen tener meridianamente claro que no necesitarán estas enseñanzas, que en el mundo que viene no les servirá para nada en términos económicos.

Estos ven al ser humano como un “Homus economicus”, y creyendo que uno estudia para ejercer una profesión, no para formarse. El hombre sería nada más que una herramienta sin historia, sin filosofía, sin literatura o lenguas clásicas que nos ayuden a comprender e interpretar la realidad y a ser personas íntegras.

El leer la Ilíada no tiene una aplicación práctica, pero ensancha tus parámetros lingüísticos, permitiéndote argumentar ideas y desarrollar tu discurso. En la actualidad se denuesta al latín y al griego, olvidando que toda nuestra cultura y fuentes históricas, hasta el siglo XVIII, se elaboraron en esas lenguas. Recordemos que el Renacimiento o la Ilustración surgen por el redescubrimiento de los autores que escribieron en latín y en griego.

Es evidente que el futuro de las humanidades pasa por colaborar con las nuevas tecnologías de la información. Un ejemplo recurrente son muchas de las escuelas de negocios actuales, que en sus programas de dirección y administración de empresas incluyen contenidos relacionados con las humanidades, como historia, antropología o filosofía, para preparar a líderes íntegros. Así lo cree el carismático Steve Jobs cuando ve al emprendedor ideal viviendo en la intersección entre las humanidades y la tecnología; y recordemos que para un número importante de los referentes de la economía y tecnología mundiales lo dicho por Jobs es palabra de Dios.

Una democracia saludable necesita una ciudadanía ilustrada, con sentimiento crítico y ansia de conocer, y eso lo dan las humanidades. El fomento de profesionales en disciplinas científicas y técnicas hiperespecializados que adolecen de una mínima formación humanística hace que sean más propensos a asimilar de modo acrítico los mensajes cada vez más simplistas de nuestros políticos, por poner un ejemplo actual.
Defensa ante el totalitarismo
Sí, las humanidades han perdido glamur, pero no siempre ha sido así; en el Imperio británico tener estudios de “lenguas clásicas” te hacía el candidato perfecto para la administración imperial. Pero aún hay esperanza, como destaca la filósofa Martha Nussbaum cuando habla de un resurgir de las humanidades en los planes de estudio de ciencias en Singapur o China, lo mismo que en los Países Bajos, Noruega o Escocia, países que se esgrimen como ejemplos para seguir por nuestros gestores educativos oficiales. Solo con un apoyo a las humanidades en la universidad y en la sociedad podremos superar estos tiempos de acoso totalitario y pensamiento único que parecerían aposentarse de modo inexorable. Quienes nos dedicamos a la siembra del conocimiento, debemos ser garantes de este proceso de fomento de las humanidades, no solo nos va la vida en ello a nosotros los docentes de las humanidades, sino la misma condición humana y la educación.

Me preguntarán cuál es la solución para asegurar las humanidades en la universidad. La respuesta pasa por implementar programas de “estudios interculturales”, con aulas interdisciplinarias en las que participen alumnos de todas las facultades. Esto, más las dobles titulaciones, no puede más que enriquecer al alumno de otras carreras y abrirle un panorama vital más honrado y ético.

Cuando oigo decir en la academia ‘pero ¿y esto para qué sirve?’, refiriéndose a las humanidades, me viene a la mente la imagen del suicida que, sin saber que lo es, se encamina a la muerte jubiloso, refocilándose en su ignorancia.
La necesidad de las humanidades se palpa; las personas de otros ámbitos, alejados de las humanidades, quieren saber, te preguntan, buscan el diálogo, y son la plasmación de que el hombre se plantea cuestiones más sublimes y trascendentes que las del inmediatismo. Soy optimista.

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